Procrastinación laboral: cuando posponer no es pereza, sino una señal emocional
La procrastinación es una respuesta emocional. En este artículo descubrirás por qué se da, qué emociones la sostienen y cómo empezar a trabajarla con ejercicios simples que mejoran tu bienestar.
BIENESTAR ORGANIZACIONAL


Hay días en los que, aunque tienes muy claro lo que debes hacer, simplemente no te pones en marcha. Te sorprendes a ti mismo abriendo el correo una y otra vez, mirando el móvil sin necesidad, organizando tareas menores que en realidad podrían esperar. Y, casi sin darte cuenta, el reloj ha avanzado y llega la noche con ese peso conocido: culpa, frustración, la sensación de haber vuelto a tropezar en la misma piedra.
Muchas veces las personas piensan que la procrastinación en el trabajo se debe a una falta de disciplina o de voluntad. Pero la raíz suele ir mucho más allá. Procrastinar no significa ser perezoso; en realidad, suele ser una respuesta emocional automática que busca protegernos, aunque sea momentáneamente, de una tarea que nos incomoda o nos genera ansiedad.
Comprender el motivo real por el que procrastinas es fundamental. Es el primer paso para dejar de culparte y empezar a tratarte con más respeto y amabilidad, aprendiendo a regular tus emociones con consciencia.
¿Qué es realmente la procrastinación laboral?
Desde la psicología, hablamos de procrastinación cuando una persona pospone de forma voluntaria una tarea importante, aun sabiendo que esto conllevará consecuencias negativas. Investigaciones como las de Piers Steel nos muestran que la raíz del problema no está en la gestión del tiempo, sino en la dificultad para autorregular nuestras emociones.
En el entorno laboral, la procrastinación suele aparecer ante tareas que despiertan emociones incómodas: miedo al fracaso, aburrimiento, inseguridad, presión por rendir o incluso vergüenza. Postergar se convierte, sin que nos demos cuenta, en una estrategia para no enfrentarnos a esas emociones.
A corto plazo, parece que funciona: el malestar disminuye durante unos minutos, tal vez unas horas. Pero luego regresa, y casi siempre con más fuerza.
¿Por qué procrastinas en el trabajo?
La procrastinación no surge por casualidad. Suele estar sostenida por una mezcla de factores personales, emocionales y contextuales que conviene conocer y abordar:
1. Miedo al error o a no ser suficiente
Cuando ligamos nuestro valor personal a lo que hacemos, cada tarea se transforma en una especie de examen constante. He visto a menudo en consulta cómo esa mirada tan exigente hacia uno mismo alimenta el temor al error y, en ocasiones, la sensación de no estar a la altura. Como señala Ferrari (2000), la baja autoestima y la autoexigencia excesiva suelen caminar de la mano con la procrastinación. Postergamos para no enfrentarnos a la posibilidad de fallar... aunque sabemos que ese alivio es solo momentáneo y, a largo plazo, el precio emocional es alto.
2. Falta de sentido o motivación
La motivación, esa chispa que nos impulsa, se apaga fácilmente cuando lo que hacemos deja de tener sentido para nosotros. Latham (2012) lo ilustra bien: cuando una tarea no conecta con nuestros valores o nos resulta vacía de propósito, nuestra mente busca refugio en distracciones o en recompensas inmediatas. Y es perfectamente humano: somos seres que necesitamos sentir que lo que hacemos importa, que aporta algo a nuestra historia.
3. Sobrecarga y desorganización
A veces, la vida laboral parece una montaña de pendientes sin principio ni final. Te paras frente a la lista interminable y te invade el vértigo. No es cuestión de falta de ganas, sino de no saber ni por dónde empezar. El sistema nervioso, saturado de demandas, activa el modo supervivencia: nos bloqueamos, esperamos, y a menudo nos juzgamos por ello, aumentando aún más el malestar.
4. Emociones no reconocidas
Aburrimiento, ansiedad, frustración, cansancio... Hay ocasiones en las que procrastinamos sin ser del todo conscientes de qué emoción nos está dominando en ese instante. Y aquí está la clave: lo que no nombramos, no podemos gestionarlo. Dar espacio y palabras a esas emociones es esencial para poder regularlas con amabilidad y avanzar.
La emoción detrás de la procrastinación
Aquí hay una clave fundamental, no procrastinas por la tarea, sino por lo que esa tarea te hace sentir.
Tal vez te recuerda experiencias pasadas de crítica.
Tal vez activa el miedo a decepcionar.
Tal vez te conecta con la sensación de estar siempre en deuda.
Cuando no nombras esa emoción, tu cuerpo busca escapar de ella. Y posponer se convierte en una vía rápida de alivio. Trabajar la procrastinación implica, entonces, aprender a detenerte, sentir y comprender, en lugar de exigirte más.
Como psicóloga, mi invitación es a dejar de juzgarte y a mirar esa procrastinación con curiosidad y compasión. Porque, a menudo, detrás del hábito de posponer no hay pereza, sino necesidades no atendidas y emociones que piden ser escuchadas. Solo así podremos transformar el castigo en comprensión y encontrar caminos más amables y efectivos para relacionarnos con nuestro trabajo y, sobre todo, con nosotros mismos.
Dos ejercicios simples para empezar a trabajar la procrastinación
No se trata de hacer cambios radicales, sino de generar pequeños movimientos conscientes que te devuelvan sensación de control y calma.
Ejercicio 1: Identifica la emoción antes de actuar
Antes de postergar una tarea, haz una pausa breve y pregúntate:
¿Qué estoy sintiendo justo ahora?
¿Esta tarea me genera miedo, aburrimiento, presión o inseguridad?
¿Dónde lo siento en el cuerpo?
No intentes cambiar la emoción. Solo reconócela y nómbrala.
Ejemplo: “Siento ansiedad y tensión en el pecho”.
Este simple acto reduce la intensidad emocional y te saca del piloto automático. Cuando identificas la emoción, ya no necesitas huir de ella de la misma manera.
Ejercicio 2: Reduce la tarea hasta que deje de asustar
La procrastinación se alimenta de tareas percibidas como grandes, difusas o abrumadoras. En lugar de exigirte “hacer todo”, define el primer paso mínimo posible.
En lugar de pensar en “terminar el informe”, iniciar con “abrir el documento y escribir el título”.
Cuando una tarea parece manejable, la resistencia disminuye. Avanzar, aunque sea poco, genera sensación de eficacia y reduce el malestar emocional.
¿Cuándo buscar ayuda profesional?
Si la procrastinación es constante, afecta tu desempeño, tu autoestima o tu salud emocional, puede ser una señal de estrés o desgaste laboral. En esos casos, el entrenamiento emocional puede ayudarte a identificar patrones más profundos y desarrollar herramientas sostenibles. Pedir ayuda no es rendirse, es elegirte.
